Viejo y sin plata: porque no se puede seguir tomando alcohol en Venezuela

Hay que ver que los años pasan. Hace unos días me encontré con un amigo que no veía desde hace tiempo. El trabajo nos tiene absorbidos a los dos. Así que fuimos a tomarnos unas cervecitas a unos chinos para ponernos al día. 
Al volver a la casa mi esposa Saray me preguntó que si me había bebido la botella completa yo solo. Vamos a decir que andaba un poco torpe, o zarateco, y con la lengua más suelta de lo normal, como si hubiera pasado por un gran bonche. 
Pero la verdad es que solo me tome dos birras y, para colmo, light. ¿Cómo es posible que me pegaran tanto si antes podía tomarme una caja de negras y amanecer como nuevo? 
Supongo que ya estoy viejo, soy un pollo, me toca aceptarlo. Según pasan los años los efectos del alcohol son cada vez peores. Al otro día tenía un leve pero persistente dolor de cabeza. 
Eso de beber como cuando estábamos en la universidad se terminó, y no solo por los altos precios de la caña. Es que ya no hay ibuprofeno que alivie los malestares del día después. 
Como muchos venezolanos desde muy joven he tenido un largo trato con el alcohol, más o menos desde que tenía catorce. El fin de semana siempre era motivo para encontrarnos y tomar todos juntos. Con algo había que animarse. 
Ya fuera en un bar, en un apartamento, en el patio de la casa de alguna abuela, junto a una plaza mientras teníamos el carro estacionado con la música a todo volumen, cuanto tocaba beber, lo hacíamos como si acabáramos de atravesar el Atacama. 

Incluso dentro de la universidad. Quien no entró a una clase borracho entonces no pasó por la UCV. 
Luego uno se pone serio y empieza sólo a trabajar, pero no deja de tomarse sus copitas después del trabajo, en algún bar o en unos chinos que siempre tienen cerveza friíta y barata. 
Hasta que por un lado nos alcanzaron los años, y por el otro lado nos agarró la Venezuela de Maduro. 
La popular cerveza que antes tomábamos todos, ahora se ha vuelto un lujo. Parece imposible pasar las noches del viernes con una frías para celebrar la semana. Ni siquiera se ven en las fiestas. 
Obviamente la gente no ha dejado de beber, porque ya se sabe que el vicio vence cualquier obstáculo. Sin embargo, hoy día menos gente ronda los anaqueles con licores en los pasillos de los supermercados. Ahora nadie se enfoca en el tipo de caña que va a comprar sino en las etiquetas. La selección ahora no depende del gusto, sino del precio. 
Hasta las botellitas de ron y anís que los borrachitos llevaban debajo del brazo se han vuelto inasequibles. Por un lado, varias marcas han logrado darle al ron venezolano una alta calidad y ubicarlo entre los mejores del mundo. Precisamente porque es muy bueno, el venezolano de a pie no puede costearlo, debe conformarse con versiones menos elaboradas y añejadas, incluso de fabricación dudosa. Por muchas razones, la gente llama a esto licores “gasolina”. 

Aún así, la rumba continúa para muchos. Yo por mi parte ahora salgo menos. Los precios son uno de los motivos, pero también la inseguridad influye. Salir a compartir con los amigos y no quedarse en casa se ha vuelto un esfuerzo, pero bien que vale la pena.

Por Pedro Camacho

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