La buena experiencia del Cúsica Fest

Entre las tantas cosas que lamentamos que hayan desaparecido del país se encuentra la vida nocturna. Particularmente los habituales “toques” y conciertos a los que los caraqueños estábamos acostumbrados. 
De repente nos quedamos sin movida y ya no teníamos a quien ir a escuchar el sábado por la noche. Incluso hubo momentos en que llegamos a pensar que esa movida no podría volver al país. 
Les confieso que yo era uno de los que pensaba de esta manera tan pesismista. Hasta que el reciente Cúsica Fest me hizo cambiar de opinión. 
Muchos decían que no era el momento, que era imposible hacer un festival de este tipo en Venezuela. Menos mal que no tenían razón. 
Claro, primero hay que admitir que fue un fin de semana muy inusual. En esos dos días varias bandas venezolanas se reencontraron con su público natural. Ojalá que el Cúsica sea un ejemplo de lo que puede venir este 2020. 
Eso sí, para la próxima, agradecería que los organizadores pensaran en los fanáticos que cobramos en bolívares y las entradas fueran más accesibles. Yo pude asistir gracias a la novia de un amigo a la que le regalaron varias entradas en el amigo secreto de la oficina.
Lo importante es que estuve allí, entre el público que deseaba escuchar a tres generaciones de la música alternativa venezolana, además de tomar un descanso de una realidad tan dura. 

El concierto se realizó en la interconexión La Unión-El Hatillo. Contó con buena organización y seguridad. Hay que tener en cuenta que la mitad de las 14 bandas invitadas viven fuera de Venezuela, razón por la cual, aunque el público en su mayoría era muy joven, el concierto estuvo marcado por la nostalgia. 
Los viejitos pudimos revivir la “buena época” de conciertos y toques, de tarimas y bares, de cierta libertad que creíamos eterna. Los más jóvenes tuvieron la oportunidad de escuchar por primera vez a sus bandas favoritas en vivo. 
Da dolor saber que bandas como La Vida Bohème, Viniloversus, Okills y Los Mesoneros ya llevaban cerca de cinco años sin montarse en una tarima venezolana. 
Volver a saltar una vez más en una misma noche con Los Amigos Invisibles y Desorden Público fue una experiencia maravillosa. Incluso escuchar de nuevo a Malanga, imagínense, una banda a la que no veía desde un concierto en la plaza del rectorado de la UCV. 
También para los músicos fue una experiencia emocionante. Se notaba que estaban conmovidos por volver a estar frente al público caraqueño, aquellos fanáticos que los han escuchado desde el principio y que siempre los apoyan. 

En verdad fueron dos noches muy buenas, como las de antes. Ojalá en 2020 haya muchas experiencias como esta (y que por favor, no llegue el Coronavirus). Esto le haría mucho bien a Caracas.

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